The Flowering Orchard (Vincent Van Gogh, 1888) |
Aún recuerdo las tardes que pasábamos en la chacra. Lo que más nos gustaba era jugar bajo el nogal. Si encontrábamos una nuez abierta, formábamos un semicírculo y cada uno esperaba su turno para espiar por la ranura. Juan veía carabelas igualitas a la de la botella, esa que papá exhibía en el estante. Carmela, en cambio, insistía en dejar la nuez donde estaba; no quería que las tortugas que dormían abrazadas fueran a despertarse. Luciana, por su parte, se internaba en una cueva y su voz alcanzaba las estalactitas. Pero yo no veía nada. Ni bien atisbaba en la nuez, los mundos ajenos se diluían y los míos seguían latentes y vedados. Nunca lo supieron.
©Mariángeles Abelli Bonardi
Armadura de valor, pág.17
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