sábado, 31 de agosto de 2013

LA BÚSQUEDA




A José Quesada Moreno, por su atenta, desinteresada y cariñosa lectura.



    Al osito le falta un ojo. El que le queda, un botón negro a punto de desprenderse, refleja el rectángulo luminoso de la puerta abierta.

¿Y mi mami dónde está? — pregunta el niño, abrazado a la suave felpa morada. Inútil explicarle que su mami no está, que no vive aquí, que hace años que somos sólo la casa y yo, envejeciendo juntos.

Pero si yo vivo acá…— insiste, con la cara y los puños sucios de lágrimas y mocos. Se nota que hace ya varias horas que deambula; pronto oscurecerá y no tengo corazón para cerrar la puerta.

  Le pregunto si tiene hambre y dice que sí; logro que se siente a la mesa. Me mira encender la hornalla y rebuscar en la alacena; mientras la sopa de verduras se cocina, le pregunto cómo fue que se perdió; no sabe qué contestarme. El ojo del osito cae sobre la mesa; los ojos del niño desbordan.

No llores; —lo consuelo,— con un poco de aguja e hilo, se arregla en un santiamén— y rápidamente voy al cuarto de costura. La llave cruje pero funciona, igual que mi memoria; Adela era muy previsora y nunca faltaban carreteles en su máquina de coser.

Le sirvo la sopa y pongo manos a la obra:

—Elegí un botón— le pido, acercándole un frasco. Desenrosca la tapa y desparrama los botones en la mesa; me inquieta notar que elige uno idéntico al que le queda al oso. Trato de restarle importancia y me concentro en coser los botones:

—Listo, quedó como nuevo ¿Viste que no era para ponerse así?— el osito parece mirarme como sabiendo algo; se lo doy al chico reprimiendo un escalofrío.

—Tengo sueño— me dice, por todo agradecimiento, aferrado a su juguete.

  Lo guío por el corredor; mi mano en su hombro siente la prisa, siente los pasos que, sin saber el camino, parecen saber. Imposible que su mami esté, que hayan vivido aquí; somos sólo la casa y yo, envejeciendo juntos.

Adela era muy organizada; siempre estaba lista para recibir visitas— comento como al pasar. Se saca los zapatos y espera que aparte el cubrecama; increíble que me mire como sabiendo de quién estoy hablando.

¿Sabés rezar?— me pregunta mientras lo arropo. 

La pregunta me toma por sorpresa.

Sabía, pero ya me olvidé.

Se hace la señal de la cruz y junta las manos. Con los ojos cerrados, bisbisea un Ángel de la Guarda. Apago la luz y entorno la puerta:

—Todo va a estar bien— le aseguro, pero ni yo mismo lo sé.

 En la mesa de la cocina, esperan el plato sucio y los botones desperdigados. Lavo el plato en la pileta y guardo los botones en el frasco; imposible no pensar en esos dos, tan idénticos. 
 
  Llevo el frasco al cuarto de costura y, de camino a mi pieza, me detengo junto a la puerta entornada: pausado y profundo, así respira el niño que hace unas horas tocó a la puerta.

 Ya sin los zapatos, aparto el cubrecama. En vano intento un Padrenuestro. Mantengo los ojos cerrados y las manos juntas. —Todo va a estar bien,— me repito— todo va a estar bien.

 Siento frío. A tientas, busco las cobijas pero nada encuentro. Abro los ojos: es casi de noche y estoy a la intemperie. Guiado por el desamparo, camino hacia el ínfimo punto de luz que brilla a lo lejos.

¿Y mi mami dónde está?— pregunta mi voz de niño, bañada por la luz rectangular de la puerta abierta. 
                                                                                                                             

©Mariángeles Abelli Bonardi

Agosto 2013

martes, 27 de agosto de 2013

REINVENCIÓN DE CUENTOS EN 140 CARACTERES



La vieja no dio la puntada sin hilo: —Hace “mal huso” de su tiempo, niña Aurora ¿Le gustaría aprender a hilar?

Amábamos el cuento del Lobo Rojo y Caperucita Feroz; del Alzheimer de la abuela recién supimos de grandes.

Siente frío pero no detiene el trineo; la leña todavía está seca. Bajo la nieve, quedan la cajita y su llave de oro.

Y al bajar por la chimenea, se escaldó en el agua de la olla. Los chanchitos se relamían: -¡Lobo a la cazadora, qué delicia!

PLATO FRÍO. El feo patito se convierte en un cisne. Sus hermanos, por obra y gracia del cazador, en patos a la naranja.

Mariángeles Abelli Bonardi
Marzo 2013