Mientras espera que pase— con su pelo hirsuto y el acre olor de sus gibas al rayo del sol—, a la aguja se le cae una lágrima. Y entonces pasa otro… y cae otra… y pasa otro… y otra más vuelve a caer. ¿Cuántos pasaron? Imposible saberlo. Son incontables, como los granos de arena. Incontables basuritas gibosas que escuecen en su ojo sin párpado, ese párpado oblongo por el que tanto rogó al Creador. El Creador, sordo a sus ruegos, ¿será que también es ciego? Si tuviera camellos-basuritas en el Ojo, podría entender cuánto sufre y pondría fin al tormento. Tormento que es tormenta velluda, interminable en su ojo; ojo-puerta por el que pasa un camello… y otro… y otro más.
©Mariángeles Abelli Bonardi
30 de enero de 2016
Foto tomada de la web
Para que luego digan que hay cosas imposibles.
ResponderBorrarUn abrazo, Mariángeles
Dicen que nada es imposible para Dios... y por lo visto, tampoco para los camellos (¡Pobre agujita, jaja!)
BorrarComo siempre, ÁNGEL, gracias por pasar a comentar.
Cariños,
Mariángeles
Maravilloso, querida Mariángeles. Me ha encantado.
ResponderBorrarFelicidades.
¡Qué gusto que te haya encantado, LUISA! ¡Y qué alegría encontrar tu comentario en el blog!
BorrarGracias por pasar a visitarme ;)
Cariños,
Mariángeles