El síndrome de rubéola congénita lo hacía esclavo de su silencio. Apareció un día pidiendo «Pan», pidiendo «Té», las únicas palabras que podía pronunciar… Por su documento, que mostró a mamá, supimos su nombre y edad, y más adelante, al verlo limpio y afeitado, intuimos que dormía en un albergue.
Con él aprendimos a dar, a darnos… Cada vez que tocaba el timbre, alguno de nosotros recibía la taza, hervía el agua, cortaba el pan, y formaba parte de ese rito del té que nutría el alma sin dejar de quitar el hambre.
Hace poco, visitando a mamá, lo crucé en la puerta de calle. «El mudo» está flaco y canoso, ya no le quedan dientes… Le llamó la atención que me fuera, y mamá le explicó que «soy grande», que ya me iba a mi casa… «¡Ah…!», exclamó formando un techito con las manos, y en esa interjección cupieron todas las palabras y el cariño del mundo.
Con él aprendimos a dar, a darnos… Cada vez que tocaba el timbre, alguno de nosotros recibía la taza, hervía el agua, cortaba el pan, y formaba parte de ese rito del té que nutría el alma sin dejar de quitar el hambre.
Hace poco, visitando a mamá, lo crucé en la puerta de calle. «El mudo» está flaco y canoso, ya no le quedan dientes… Le llamó la atención que me fuera, y mamá le explicó que «soy grande», que ya me iba a mi casa… «¡Ah…!», exclamó formando un techito con las manos, y en esa interjección cupieron todas las palabras y el cariño del mundo.
©Mariángeles Abelli Bonardi
Diciembre 2022
Con este microrrelato, inspirado en ANÓNIMOS y SILENCIOS, participé en el concurso de relatos cortos, "Esta Noche Te Cuento".
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